La Loca. 1- Nacer

Pasaron los meses. Adriana dio a luz en el centro de una habitación oscura. No parió un niño sino a un cuervo cubierto de sangre. Alejandro lo recibió en sus manos con una expresión vacía, mirando a través de él como si no existiera.
La mano de Mallku  se abrió paso hasta el rayo de luz que caía sobre la pareja adolescente. Estiró unos dedos pálidos y huesudos que se posaron sobre el hombro musculoso de Alejandro para recordarle, sin palabras, que debía cumplir su parte del trato. El joven asintió, Adriana lloraba y apretaba los dientes; Entendía que una parte de lo que más amaba ardía entre las plumas negras que Mallku se llevaba entre sus brazos. El pacto estaba consumado, el desierto no cabía en su vergüenza.
La ciudad murió en un solo instante; cinco mil gritos cantaron su despedida antes de que el viento comenzara a soplar tierra y rocas sobre ella para siempre. Su historia  fue enterrada y sus habitantes fueron borrados de la memoria de los hombres. Una sola casa, de paredes blancas y puertas de latón, resisitió a la maldición del viento y la polvareda.
Cinco años después, Gastón corría por la casa llamando a su papá hasta llegar llorando al final del pasillo. Se quedó ahí, mirando hipnotizado a la caja fuerte empotrada en la pared, aquella a la que jamás debía acercarse. Caminó lentamente hacia ella y puso su manita sobre la fría y reluciente puerta de acero.
Al otro lado de la entrada metálica, más allá del pasillo, Alejandro recorría el interior de una habitación blanca y brillante que apenas le dejaba abrir los ojos. Bajaba lentamente los doce escalones que lo separaban de la materia a la que una vez llamó esposa y cuyo nombre ahora prefería no pronunciar. Ahora era sólo La Loca, la carga que lo había condenado al olvido y al aislamiento eterno.
Como todos los días, llegó hasta ella para asearla y alimentarla. Luego la violaría y lloraría sobre ella un arrepentimiento falso. La mujer, desnuda y con el maquillaje corrido por el llanto, seguiría enloqueciendo después en la oscuridad, la soledad, el encierro y los fragmentos de una rabia cuyo origen hacía mucho había borrado de su memoria.
Alejandro se agachó sobre su tesoro sin nombre. Le acarició la entrepierna, le lamió los pechos, le habló amenazas al oído. Suspiró mientras se desabrochaba con prisa el cinturón, miró hacia el cielo y vio como su cuadro favorito colgaba de un clavo torcido a punto de caer justo encima de su culpa…  Alejandro no soportaba el desorden.
Se levantó el cierre, se levantó a sí mismo y caminó hasta el extremo opuesto de la habitación. Regresó trayendo el taburete bajo el brazo izquierdo, el martillo en su mano derecha y un par de clavos sujetos con los labios. Se encaramó sobre el taburete y golpeó, golpeó, golpeó al compás del corazón de la Loca, quien lo miraba con unos ojos enormes mientras una sonrisa  se dibujaba en su rostro, lentamente, hasta asomar unos dientes blancos y brillantes.
Bastó un solo empujón para arrastrar el taburete. Alejandro cayó al suelo con el escándalo de un saco repleto de nueces.
La Loca recogió el martillo con rapidez y antes de que el hombre pudiera incorporarse le golpeó la cabeza con la herramienta. Golpeó, golpeó, golpeó sin compás ni ritmo. La sangre salpicaba su rostro, sus pechos y sus piernas. Alejandro temblaba en el suelo y se retorcía como una serpiente decapitada. Quizá lo era. La Loca seguía golpeando mucho después que Alejandro dejó de temblar. Se puso de pie, lo miró en silencio y una lágrima nueva y diferente se deslizó por su mejilla.
Ya era de noche, Gastón estaba solo; lloraba y reposaba todavía su manita sobre la caja fuerte empotrada en la pared, al final del pasillo. Contuvo el aliento cuando la puerta comenzó a abrirse. No esperó a ver qué salía de ella, corrió despavorido a buscar un escondite donde pedir perdón por su desobediencia. La mujer sin recuerdos puso un pie cubierto de sangre sobre el piso helado. Caminó hasta el jardín y arrancó los cardenales con los cuales perfumó el agua de la tina en la que rápidamente se quedó dormida.
Cinco años antes, Mallku se presentó en su forma humana frente a la puerta de Alejandro. Vino a cobrar el pago por sus servicios, a reclamar a Adriana para sí, para llevarla a las montañas, cubrirla de riquezas y convertirla en su amante. Alejandro, quien había sacrificado una parte de lo que más amaba para salvar la vida de su esposa, prefirió esconderla bajo tierra, donde los ojos de su acreedor no pudieran jamás alcanzarla.  Adriana miraba en silencio el retrato de un cuervo colgado en la pared mientras Alejandro giraba la rueda que la entregaría a la protección de la oscuridad y la soledad eternas.
Gastón no volvió a crecer. Su alma mutilada se encendía ahora entre las plumas negras de un cuervo. Sólo le quedaba el miedo y la soledad de un escondite oscuro en el que se apretaba la boca con las manos para no gritar.
La Loca despertó cuando el Sol ya no se distinguía entre las nubes de tierra que cubrían el cielo. Caminó goteando agua y pétalos de cardenal hasta llegar a la habitación de Gastón. Lo encontró en el closet, acurrucado como un gatito mientras la miraba con sus ojos enormes y vacíos. -¿Mamá?-.
–No- le dijo, -Soy mucho mejor-. Tomándole la cabeza con la mano izquierda lo sumergió entre sus pechos. Sonrió, sabía que el niño sin alma, hundido en su confusión, no podría ver su mano derecha envolviendo con los dedos el mango de madera.
Sentado sobre una Vespa, estacionado sobre la cruz que vigilaba la ciudad, un niño de antiparras observaba una casa blanca a través de un catalejo dorado. Era indiferente a las heridas que le abrían los guijarros que el viento arrojaba sobre su piel curtida. No se sorprendió cuando vio salir a La Loca en medio de la tormenta, casi desnuda, abrazando al niño que era una parte de lo que él más amaba. Le dolió pensar que se había convertido en su enemigo, pero ya habría un momento para el llanto y la caza. Hoy era solo un mensajero. Miró el reloj dibujado con plumones sobre su muñeca y supo que era el tiempo para comenzar los preparativos de la boda. Echó a andar el motor y voló en busca de su amo agitando sus plumas negras.

1 comentario:

jlflores dijo...

Hey está muy bueno don Chamán, hay momentos tensos de verdad en el relato. Algunas veces se ahogaba un poco, pero me gustó. No pares man, a escribir!